WonkaPistas

8.9.06

Trabajos

Andan algunos bloggers economistas en EEUU preguntándose por la vida laboral de los académicos, no sólo la propiamente académica. Algunos lo hacen en términos normativos (Cowen acerca de qué experiencia le vendría bien a un economista) y otros aprovechan la ocasión para recordar la multitud de trabajos que han tenido (Boettke, desde obrero en la construcción de piscinas hasta profesor de tenis). Leyendo a Boettke he pensado en los trabajos no académicos (o no del todo académicos) que yo he tenido. Desde luego no son tantos como pueda haber tenido él, que ha vivido en un ambiente, el estadounidense, en el que es normal estar cambiando de trabajo cada dos por tres.

El trabajo que mejor recuerdo es el de ayudar a mi padre en su trabajo de pintor/empapelador en las vacaciones de verano. Debió de ser cuando yo tenía entre 1o/11 y 16/17 años, más o menos. Era un trabajo de aprendiz, pero como el aprendizaje no era continuado, tampoco avancé mucho. Trabajábamos unas 9 horas diarias, incluyendo algunas medias mañanas de sábado, aunque no creo que todos los años trabajase todos los días de la semana (mi madre se apiadaba de mí, y de mi hermano). Lo mejor era ver cómo se iba acabando el trabajo y poder ver claramente tu contribución (bueno, también el dinero que ganaba y cobraba al final de la semana). Lo peor eran los días que había que estar mucho tiempo subidos en una escalera: acababas con los pies molidos.

Cuando estaba acabando el Instituto, cambié las brochas por las clases particulares, una salida bastante normal para los estudiantes, ejem, algo destacados. Tampoco es que diera muchas, pero un verano, un grupo de amigos y conocidos me ofrecieron dar clases de recuperación en una especie de academia informal que funcionó algunos meses. Se ganaba más que pintando y era más descansado. Mi padre lo entendió: además, él, y sus hermanos, tenían otros ayudantes (mi hermano, mis primos). Creo que dí algunas clases particulares más, pero no estoy seguro. Y hasta es probable que volviera algún verano más a ayudar a mi padre y mis tíos.

De lo que sí lo estoy es de haber echado una mano a un amigo mío que estudiaba Derecho en una oficina en la que hacíamos las declaraciones de la Renta a gente de la zona sur de Madrid. Él las hacía por la mañana y yo por las tardes, después de mis clases de Políticas. Qué tiempos. Hoy vas a tu Delegación de Hacienda y te la hacen--o te descargas el programa correspondiente por Internet. Entonces, la gente pagaba por hacer declaraciones bastante fáciles, la verdad. La mayoría eran del estilo: ingresos por trabajo asalariado, un par de cuentas corrientes o cartillas de ahorro, deducción del pago de la hipoteca, y sanseacabó.

Cuando acabé la carrera, hice un máster con una beca bastante suculenta, de modo que ya no tuve que buscar remuneración por otras vías. Y al cabo de unos años comencé mis dos trabajos actuales, de profesor (asociado, no se vayan a creer) en la universidad y de investigador en un gabinete privado (todo combinado con alguna que otra conferencia y, más recientemente, con colaboraciones en una revista). Hace más de trece años de todo ello y, por ahora, no tengo muchas ganas de cambiar de trabajo, aunque siempre he tenido una sensación de seguridad extraña, la de que si estos trabajos fallan, no me importaría nada trabajar de pintor. Mi hermano, que sí ha seguido la tradición familiar, seguro que lo agradecería. Sus aprendices le duran poquísimo: quieren ganar mucho pronto y aprender, no aprenden mucho.